miércoles, 19 de enero de 2011

Crítica de la película Tierra (Julio Medem, 1996)

 Terreno... ¿o cenital?

Tierra comienza enigmática. Un fundido en negro con una voz en off que dice “la muerte no es nada. Pero si estuvieras completamente muerto, no me oirías.

Con la espectacular fotografía de Javier Aguirresarobe, Tierra se va abriendo ante nuestros ojos con un argumento en apariencia simple, pero en realidad complejo, bipolar. Tan mimetizada con el paisaje en el que se desarrolla, que atrapa, confunde, integra al espectador hasta hacerlo sentir protagonista: sentirse Ángel –interpretado magistralmente por Carmelo Gómez-, quien llega a un pueblo de tierras rojas con un trabajo tan anodino como crucial para el desarrollo la historia. 


En su tercer largometraje, Julio Medem hace de la oposición de contrarios una constante –el mismo personaje principal está medio vivo, medio muerto-. Así, se entremezclan lo anecdótico (un fumigador intenta acabar con la plaga de cochinilla que afecta a los viñedos) y lo trascendente (el hombre que se siente especial, con un poder mágico de entenderse asimismo y a los demás), con la elección entre dos mujeres que encarnar valores opuestos: la tímida y asentada madre de familia Ángela –Emma Suárez- contra la descarada y sensual lolita Mari –Silke-.  La decisión de Ángel trascenderá este medio físico y esta estancia temporal, y acabará por configurar en la tierra el propio mundo que él imagina. 

Tierra contiene todo el universo de Medem, surrealista pero con una ficción tan bien recreada que resulta verosímil, con su espacio y su tiempo particulares, e inseparable aquí de la premiada música de Alberto Iglesias.


Belén Lobos

No hay comentarios:

Publicar un comentario